Marina
salió a la calle, llovía a mares…
Se puso las botas y abrió su gran paraguas de colores…
Se puso las botas y abrió su gran paraguas de colores…
Notaba
las manos heladas y que en las botas entraba agua… Su mano asomaba por la manga
de lana y con tan solo los dedos lo aguantaba. Alzaba la vista y únicamente veía
colores que difuminaban el gris que ese día el cielo nos regalaba. Había despertado alegre.
Sentada
en el bar, Marina observaba la gente al pasar. Unos corrían otros en cambio
iban despacio para no resbalar. Que curioso le resultaba estar detrás de la
ventana, sonreír al descubrir que aunque llovía, hoy ella había decidido ser
feliz. Se tomó su café con leche acompañada de un croissant con chocolate y
después de un rato de reflexión. Se puso su chaqueta y salió a la calle. La lluvia caía de lado y era inevitable no mojarse de arriba a bajo… De repente, el paraguas se rompió y a ella no le importó… Las gotas de lluvia corrían por su cara y corriendo por los charcos… Notó una buena sensación: había conseguido sacarle la parte positiva!
Al día siguiente salió el sol, Marina había aprendido el día anterior una gran lección… Si llueve refréscate y si hace sol déjalo caer sobre tus hombros como una bendición.
Nadie dijo que los días de lluvia son tristes, de ti depende darles un toco de humor.
“Compartamos
el paraguas o la lluvia. Sonriamos a los rostros tristes, afrontemos la vida
con optimismo, pues pisamos barro pero podemos elevar la mirada”
Sintamos
alegría de dar alegrías y de dejarnos sorprender. Marina se sorprendió al ver
que de algo malo sacó algo bueno y con el tiempo aprendió que de lo bueno podía
sacar algo mucho mejor. Ahora siempre sale en días de lluvia y no tiene miedo a
resfriarse. Es feliz con lo que hace y eso hoy en día es lo más importante.